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¿De qué no hablan las plantas?
Carmen Ayala, Alba Cortes, Ana de Lara y Silvia Lermo. 
Comisariada por Pablo Castañeda Santana.

¿DE QUÉ NO HABLAN LAS PLANTAS?


Cuatro artistas andaluzas se reúnen en una sala gallega. Charlan sobre infancias perdidas entre
tierras de sol y de sal; sobre amores descubiertos entre juncos y marismas; sobre el vientre del río arañando las dos orillas, uniendo en lo transversal aquello que separa en lo longitudinal; sobre el estatismo de un seto, que en su afán de quietud clama por una actualización constante. Hablan sin sonidos, son sólo rumores visuales; hablan del ser, aunque ellas no estén.
El líquido pictórico fluye sobre el lienzo para solidificarse en estratos. Esto ocurre bajo el implacable empuje del pincel, cuyos flexibles cabellos quedan inmortalizados en forma de surcos sobre la pintura. Y esta se adapta a la superficie del soporte; allá donde hay un relieve, se acumula más o menos cantidad, rememorando el baile entre el medio y la artista. Este control desbocado sobre la materia recuerda a la intervención humana sobre su entorno natural, desde la domesticación de animales al cultivo o la poda. Sin embargo, la mano que reorganiza y rediseña debe dejar hacer a aquello que intenta dominar, sin entorpecerlo ni asfixiarlo.
Esta modificación no es unidireccional, no transcurre únicamente desde lo humano a lo natural, convirtiéndolo en artificial. En su relación con el entorno natural y su subproducto artificial, el individuo y su sociedad se transforman y evolucionan de forma constante, pese a lo imperceptible
de los cambios más gruesos. De la naturaleza brotó la artificialidad del género humano, no en un único momento evolutivo, sino a lo largo de su existencia y antes de su aparición. Pie tras pie, mano tras mano, el tiempo modela el devenir del ser artificial en el espacio, y viceversa. Este es
un ser que se proyecta a sí mismo gracias a su construcción de lo otro, hacia adelante y hacia lo
imaginario, desde el pasado más remoto y durante cada presente.
En su obra “El animal artificial”, el filósofo francés François Jaran propone una vuelta de tuerca al mito de Prometeo, quien robó el fuego a los dioses para ofrecérselo a los humanos, brindándoles el don del artificio. Para ello, Jaran señala la importancia de Epimeteo, el hermano del héroe, como posible garante de la distintiva condición humana. Si Prometeo simboliza la capacidad de prevenir, de anticiparse; Epimeteo es la reflexión, el juicio a posteriori. Según el mito, Prometeo intenta paliar, con el control del fuego, la falta de atributos que permitiesen competir a los humanos con el resto de animales, fruto de la incapacidad de previsión de Epimeteo. Pero, ¿es
nuestra capacidad de construir y manejar entidades abstractas, nuestra cultura, una consecuencia
de la falta de otros atributos? ¿o es nuestra fragilidad natural un rasgo derivado de un intelecto extraordinariamente desarrollado y de nuestra sofisticada construcción social?
El pensamiento visual que facilita la pintura nos permite esquivar con elegancia la respuesta a si fue antes el huevo o la gallina, disfrutando del propio interrogante, materializando el misterio en imágenes. La muda conversación de nuestras artistas transcurre desde la sublime precariedad de las construcciones en la naturaleza de Alba Cortés, donde la ausencia de personajes rebosa humanidad, a la cuidada y artificiosa displicencia de las naturalezas de Ana de Lara. Estas, sin embargo, son tratadas a través de gestos orgánicos que chocan contra el control del borde. Sus
atareados protagonistas y herramientas parecen el epítome del intervencionismo sobre el entorno, hallando su contrapeso en los enredos de cuerpos humanos y animales que discurren,
emergiendo y mezclándose con la tierra, sobre los lienzos de Silvia Lermo. Los suyos son paisajes recordados entre las interminables salinas de la costa gaditana, revividos a través de figuras de carne, pluma y pelo. Y del detalle exquisito de los recuerdos pasamos, en la obra de Carmen Ayala, a la visceral imaginación de figuras que no se enredan, sino que se funden y disuelven en el paisaje; de mujeres y hombres que gatean entre burros para recolectar los frutos de un
imaginario colectivo, de un pasado con mayúsculas hecho de historias escritas en minúscula.
Es imposible atisbar, a través del verbo, las innumerables conversaciones que surgen de la confluencia entre estas cuatro propuestas artísticas, de esta tetrarquía de perspectivas que se
entrecruzan. Por ello, mejor dejarse atrapar en la observación, desmochar nuestros prejuicios de certidumbre e irrigar lo invisible con imágenes. Quizás, prestando atención a lo que vemos, oiremos aquello de lo que no hablan.


Pablo Castañeda Santana

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,

Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,

Lo dicen, pero no es cierto,pues siempre cuando paso,

De mi murmuran y exclaman: 

-Ahí va la loca soñando. 

Rosalía de Castro. Las orillas del Sar, 1909.

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